Por Floresmilo Simbaña

Atucucho, 21 de junio de 2022 – En las fiestas del Inti Raymi convergen en un mismo espacio y tiempo varios significados: el solsticio de junio, fin e inicio del ciclo agrario, muerte y nacimiento del tiempo; y, la plaza central como escenario de ejercicio de lo comunitario. Todo para desatar una serie sucesos y afectividades que subvierten momentáneamente tiempo y la vida.

En el Inti Raymi, además de celebrar las cosechas y brindar “agradecimientos a la Pachamama” por todo lo obtenido y sucedido, también se festeja la renovación del tiempo. Su inicio está determinado por el solsticio, el “día más largo” del año o hatun puncha, que marca el inicio del nuevo calendario o nuevo ciclo. Entre el 21 y el 24 de junio (dependiendo de la región), se realizan ceremonias y rituales de purificación mediante el baño colectivo en cascadas o en pokyu1 considerados por las comunas como lugares sagrados. Cumplidos estos actos ya pueden arrancar las diversas jornadas de festejo: encuentros de las comunas en las plazas centrales del cantón o parroquia y luego su realización total en cada comuna o zona, donde la gente y/o familias se juntan en derredor de aruchicus2, chinucas3 y wasicamas4, en el caso cayambeño, para recorrer bailando y cantando coplas por todas las calles, casa por casa, comuna por comuna, donde nunca falta abundante comida y bebida; extendiéndose así hasta agosto. Aquí el cansancio físico y cosas como la economía, el tiempo, dejan de tener importancia, no están bajo control, no al menos en la misma dimensión como cotidianamente suelen estar, pues en el Inti Raymi se baila “hasta perder la cabeza”5.

Esta fiesta tiene sus orígenes en épocas incaicas, se asegura que fue el Inca Pachakutek quien lo instauró como festejo oficial del Tahuantinsuyo. Sobre esto dan cuenta varios textos históricos, el más conocido es Comentarios reales de los Incas del Inca Garcilaso de la Vega (Cusco 1539-Córdoba-España 1616), donde describe la importancia y magnitud del Inti Raymi. Se afirma que en la plaza Wakaypata del Cusco (actual plaza de armas del Cusco moderno) se citaban la élite gobernante: el Inka, la nobleza de los pueblos y regiones que conformaban el Tahuantinsuyo, los militares y sacerdotes para celebrar la “fiesta del sol” con un imponente ritual al Inti y a su hijo en la tierra, luego de lo cual la nobleza cusqueña y de los distintos ayllus y regiones ofrendaban al Inka con todo lo que sus llaktas producían, y éste a su vez reciprocaba repartiendo abundante comida y chicha, no solo a los ahí presentes sino también al pueblo llano que se concentraba en los alrededores de la ciudad.

Tras la conquista y colonización europea, el Inti Raymi fue prohibido en 1572 por el Virrey Francisco de Toledo, lo que significó su desaparición como fiesta y ritual de la nobleza y del poder incásico, pero sobrevivió gracias a que su práctica bajó a los Ayllus y en la época republicana siguió en las comunas como acto de resistencia de los oprimidos. Como la prohibición y el castigo no sirvió, se utilizó un último recurso: la “conversión” de “fiesta pagana” en fiesta católica de San Juan y San Pedro, reorientando su significado, convirtiendo al patio de hacienda y/o el parque central –espacios donde están los centros de poder político y religioso- en lugares de concentración o “toma de la plaza” para la realización de la fiesta, donde se venera a los santos y se ofrenda a los representantes del poder. Esta lógica se mantiene y consolida en la República gracias a la hegemonía del sistema hacendatario.

Lo arriba descrito podemos verlo con mayor claridad en el caso de Cayambe. Como bien detalla Amílcar Tapia Tamayo, en su artículo “Las fiestas de San Pedro de Cayambe se iniciaron en 1712”, publicado en el diario El Comercio el 26 de junio de 2016. Basándose en documentos de archivo de la Curia Metropolitana de Quito, exactamente en los informes del provisor Juan de Arciniega y de la petición del cura de Cayambe Matheo de la Cuadra, ambos de 1710. Con estos estos documentos Tapia evidencia el por qué las autoridades eclesiásticas y políticas de Cayambe se afanaron en imponer la celebración de la fiesta de San Pedro sobreponiéndolo a “las fiestas del sol y las cosechas” de los indígenas. En cita de los textos señalados se certifica que “a finales del mes de junio, los naturales del pueblo de Cayambe tienen la costumbre de celebrar una gran fiesta en homenaje al sol… es algo tan propio de ellos que no se les puede quitar a pesar de las amenazas de castigo”6; más abajo vuelve a citar, esta vez la solicitud del cura de Cayambe donde se señalan las razones para designar a San Pedro como patrono de Cayambe: “Es por tanto necesario que a deste pueblo de cayambe, bajo cuio nombre se pudo haver evitado tantas tropelías cometidas en las fiestas de las cosechas por los naturales deste lugar que no acatan la fe verdadera. Ya el R.P. Miguel de Tapia hizo de pedir en el año dicho de mil e seiscientos treinta y cinco para que se ponga bajo la protección divina del príncipe de los Apóstoles el Sr. Sn Pedro…”.

Se puede ver que además de la disidencia religiosa en los días de las fiestas del sol, también se provoca una ruptura del poder: las autoridades políticas, la iglesia y los hacendados perdían el control momentáneamente y las comunidades se constituían en sujetos políticos, y como resultaba inútil la sola utilización de la fuerza para reprimir tamaña amenaza, buscaron mecanismos más sutiles, pero más efectivos. Aunque la intención manifiesta de Amílcar Tamayo, autor del artículo en mención, es negar o desacreditar la identificación de la “fiesta del sol de los indios” con el Inti Raymi, asegurando que “En ningún documento hemos encontrado una expresión que equivalga a inti raymi, razón por la que es una locución aplicada por los antropólogos de nuestros días”7, pero las citas de archivo echas por él mismo, no hacen más que confirmar la conexión históricas y cultural existente entre la fiesta incásica del Inti Raymi, las del sol y las cosechas con la de San Juan y San Pedro, como con las que actualmente se recuperan y revitalizan como Inti Raymi entre junio y agosto.

Pero no toda transmisión histórica es mecánica o directa, están sometidas al movimiento de la propia historia y a las necesidades sociopolíticas de los pueblos, eso necesariamente implica cambios, renovaciones, reinvenciones; en definitiva, la historia, lo ancestral se mueven conforme las necesidades concretas, es por eso que el Inti Raymi que hoy se celebra no es la sola continuación ancestral, sino que hay procesos de transformaciones, reapropiaciones y reinterpretaciones. Si bien no ha dejado de estar impregnado de contendidos y códigos históricos y significaciones espirituales, su actual práctica surgió sobre todo como una necesidad política de lucha anticolonial, como parte de una propuesta estratégica del movimiento indígena, concretamente de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE).

Hasta los años ochenta del siglo XX, entre junio y julio los festejos de San Pedro y San Juan seguían siendo una tradición invariable, sostenida, apoyada y controlada sobre todo por los poderes locales, no faltaban los actos de racismo y prejuicios coloniales llegaron incluso a reprimirlos, incluso prohibirlos. El caso del municipio de Pedro Moncayo daba cuenta de eso, ahí las autoridades públicas, los hacendados pos reforma agraria, la emergente clase media comercial consideraron que esas fiestas eran de los indios, que alteraban el orden y carecían de atributos culturales; pero las comunidades no se quedaron quietas, todas fueron a celebrar en Cayambe, con lo que en los días de fiesta Pedro Moncayo se queda completamente abandonada.

Con el impulso económico de las empresas florícolas que empezaron a instalarse en Pedro Moncayo desde los inicios de la década de 1990 se abrieron espacios sociales y económicos que necesita un mercado local para su respectiva reproducción. Con ese objetivo busca crear circuitos socioeconómicos de circulación y consumo, donde la generación de una identidad local le permita re-construir ese poder local. El Inti Raymi es el “acto ritual” adecuado para crear ese nuevo polo de concentración social, económico, cultural, todo esto en competencia directa con Cayambe. Bajo estas perspectivas vuelven a reinstaurar la celebración de las fiestas de San Petro, no las del Inti Raymi, es decir haciendo énfasis en lógica de la “identidad mestiza”. Uno de los trasfondo político de este proyecto es que la fiesta es recuperada desde los poderes locales y la industria florícola y no desde espacios populares o de las comunidades indígenas.

En general, estas fiestas tradicionales subsistieron bajo ese formato colonial hasta el surgimiento del actual movimiento indígena ecuatoriano, que, como parte de su lucha política y cultural, sometió a un fuerte cuestionamiento aquellos elementos coloniales de esta fiesta en particular y en general de las estructuras de la llamada cultura nacional. Cuestionar las fiestas de San Pedro y San Juan era criticar los poderes de un Estado opresor, de unos poderes fácticos (hacendados), matriz de la explotación de los pueblos indígenas campesinos, de una cultura excluyente sostenida y alimentada por esos poderes. La reivindicación del Inti Raymi fue-es una apuesta por convertir a los pueblos indígenas en sujetos políticos auto determinados.

Hasta antes de la CONAIE las comunidades eran convocadas por los municipios y auspiciadas por los hacendados a la “toma de la plaza”. Los danzantes y sus acompañantes bajaban desde sus territorios hacia el parque central del cantón o parroquia y circunvalaban la plaza deteniéndose primero frente a la iglesia donde esperaba la imagen de San Pedro, ataviado con un fastuoso vestido, capa y corona de estilo barroco, para recibir los devotos saludos, luego seguían a la tarima o pretil desde donde las autoridades públicas, religiosa y los personajes “distinguidos” recibían y brindaban agasajos. Los danzantes luego de rendir “homenaje al patrón” se dispersaban a seguir la fiesta por las calles de la ciudad antes de retornar a sus comunidades.

A partir de la segunda mitad de los años ochenta, las organizaciones comunitarias y el movimiento indígena, como resultado de un largo proceso silencioso pero acelerado de fortalecimiento organizativo y político, se sienten en condiciones de recuperar su historia y sus símbolos ancestrales, en esa perspectiva deciden romper “la tradición” e inaugurar-recuperar una nueva que había sido prohibida, ocultada y negada, pero que ahora volvía nueva: el Inti Raymi. Esta nueva propuesta y actitud política del movimiento indígena provocó un fuerte remesón en la mentalidad tradicional de la gente, sobre todo de los grupos de poder.

En 1992, en Cayambe, donde la fiesta de San Pedro tiene mucha fuerza económica y una pesada carga simbólica política cultural, la ruptura fue particularmente violenta. Este “atrevimiento de los indios” desató la ira de las autoridades, hacendados, los círculos intelectuales locales, medios de comunicación. Un joven movimiento indígena, agrupado en la Federación Pichincha Runacunapac Riccharimui8, fortalecido por el levantamiento indígena de 1990 y en el contexto de los “500 años de resistencia indígena y popular” impulsa la “recuperación” del Inti Raymi desde la lógica comunitaria: sin previo aviso los comuneros con sus danzantes no se detuvieron en el parque central, ni rindieron honores a las autoridades ahí engalanadas, sin pausa siguieron su camino directamente hacia el sitio arqueológico Puntiatzil (antigua waka o casa de los ancestros pre inka), ubicado al nororiente del parque central, a escasos 500 metros de distancia. La pequeña colina quedó cubierta íntegramente por un pueblo que recuperaba su historia y su presencia actual. Así Puntiatzil fue reclamado como “patrimonio ancestral y espiritual” del Pueblo Kayambi. Con el pasar de los años este acto se fue consolidando y constituyéndose en la parte central de las fiestas. El municipio se vio forzado a aceptar esta nueva “tradición”, incluso el alcalde tiene que hacer presencia obligada en el lugar. Desde 2014 la toma de Puntiatzil tiene una característica singular: el alcalde era el “compañero” Guillermo Churuchumbi, uno de los dirigentes indígenas que organizó y propició este “nuevo y ancestral” Inti Raymi.

Por otro lado, al Estado central criticó la celebración de esta fiesta de las comunidades por considerarlo “un acto político”. Sin embardo las organizaciones deciden invitar a la fiesta a las autoridades nacionales, quienes, sin lograr entender su real dimensión, atienden la invitación, pero delegan a algún funcionario del Ministerio de Turismo.

Por último, en el Inti Raymi también es sometida a crítica la dimensión cotidiana de la realidad: la vida es puesta de cabeza, y esto va más allá incluso de la propuesta o intención de las estructuras del movimiento indígena, es algo que está más abajo, en las comunidades, sobre todo de las comuneras. Aquí no solo el tiempo y la economía pierden su valor y orden tradicional; a la voz de “viviendo no más molesto/ muriendo todo se ha de acabar/ después de muerto de mi cuerpo nadie se ha de acordar”, el desenfreno se desata. En los días de fiesta las distancias se acortas, las vergüenzas se esconden: autoridades y comuneros, hombres, mujeres, jóvenes, niños, ancianos, en medio de abundante comida, música, baile, alcohol, los esquemas simbólicos tradicionales de la sociedad desaparecen o dejan de respetarse. Las coplas más cantadas y celebradas son las que cuestionan y ridiculizan esas estructuras de poder cotidiano de la sociedad, de la comunidad. “¡Ay, quisiera que legalicen la marihuana, mi vida! / así me quedaría con la linda de tu hermana, mi vida”.

Las mujeres se burlan de las relaciones afectivas convencionales: “¡Ay 5 x 8, 40 mi vida! / ¡Ay 40 amores tengo mi vida! / contigo 41 mi vida/ pero solo a ti te quiero, mi vida”. Los cuerpos y las sensibilidades se sexualizan porque “en el Inti Raymi los amores aparecen/ hoy con uno se anochece y con otro se amanece”, todo o casi todo se desborda, “me gusta la leche, me gusta el café, pero más me gusta lo que tiene usted/ Así vida mía, así corazón, cada que te veo me da comezón” y sentimientos que se mantenían ocultos se expresan públicamente, “Dios mío qué voy hacer ¡ay corazón!/con mi esposo y mi amante ¡ay corazón/ a mi esposo yo lo quiero ¡corazón!/a mi amante yo lo adoro, ¡corazón!”. Con el Inti Raymi todo se vuelve público: la familia, la sexualidad deja de estar recluido en lo privado y son expuestos -desnaturalizados- por la euforia de la fiesta.

En el Inti Raymi todo se junta, se comparte, se re-crea; todo-s se acoplan en un nosotros comunitario. La sociedad se transforma en sujeto, en pueblo, en comunidad. En los pueblos indígenas tal acto de desafió y construcción social solo es posible en la comunidad, en las mingas, sobre todo en las movilizaciones y levantamientos. Pero como toda propuesta política cultural con el paso del tiempo y su cosificación suelen agotar su contenido, muchos consideran que esa es la actual situación del Inti Raymi. Por eso hay quienes ven la necesidad de repensar esta fiesta, cuestionan el tipo de impulso que el Estado da al Inti Raymi porque advierten su folklorización, otros vuelven a ver a las comunas como el lugar desde donde se debe salir su nueva revitalización.